Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1515
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 6 de abril de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 100, 3351-3355
Tema: Orígenes y significación de la última crisis ministerial

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra .

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): El Sr. Romero Robledo está muy empeñado en la disolución del partido liberal (El Sr. Romero Robledo: Lo dicen por ahí); pero a mi no me extraña. Como ayer entré tarde en el debate, y pasadas las horas de Reglamento no quise continuar molestando a los Sres. Diputados, dejé de hacerme cargo (no hacia falta realmente; pero como S. S. insistió tanto en ello, bueno es hacerlo notar) de la singular teoría de los partidos que S. S. expuso aquí, teoría la más peregrina de cuantas he oído en el Parlamento en mi ya larga vida parlamentaria.

La argumentación del Sr. Romero Robledo era esta: "ya todos somos unos; todos hemos aceptado las ideas liberales; por consiguiente, los partidos están demás; sobra uno, pues que desaparezca el partido liberal, y además que se vengan por aquí los afiliados a él, que aquí los necesitamos"; tan faltos están de elementos SS. SS. Pero, Sr. Romero Robledo, si todos somos unos por haber aceptado todos las ideas liberales, el que sobre no será el partido liberal, que las ha creado, sino el partido conservador (Muy bien, muy bien); y yo entonces digo a mi vez: pues que se disuelva el partido conservador; con la diferencia de que yo no pretendo que se vengan aquí sus afiliados, porque creo que serían un gran estorbo. Pero en fin, esa es la idea que bulle en la imaginación del Sr. Romero Robledo con tal insistencia, que no se levanta a hablar una sola vez ni dice tampoco una palabra que no sea en ese sentido, en el de la disolución del partido liberal. Lo que hay es que el Sr. Romero Robledo dice: "puesto que él voluntariamente no se quiere disolver, voy a ver si lo disuelvo yo." Muchas son las fuerzas parlamentarias de S. S.; pero me parece que no va a lograr tan grande empeño.

Pero es que el Sr. Romero Robledo está equivocado; porque, aunque todos los partidos hayamos aceptado una legalidad, y aunque todos hayamos aceptado el derecho que hoy rige en España, hacen falta los partidos, como hacían falta antes, y por consiguiente, no es posible que desaparezcan los partidos.

El partido liberal, con su espíritu transigente, expansivo, liberal, leva a la aplicación de esa legalidad común un sentido que no podría levar el partido conservador, con un espíritu mis restrictivo, más conservador que el fiel partido liberal.

Además, el partido conservador lo que ha hecho ha sido aceptar las reformas que ha realizado el partido liberal; y las ha aceptado porque no podía menos de aceptarlas, porque tenía para no aceptarlas que modificar las leyes, y la modificación de ciertas leyes es muy difícil, sobre todo cuando se trata de leyes expansivas de que ya está disfrutando el país.

No es fácil modificar las leyes en sentido restrictivo, y por eso no las ha modificado el partido conservador; que si hubiera podido, ¡vaya que si las [3351] habría modificado! Pues bien; yo declaro que, a pesar de eso, el partido conservador hace falta, como hace falta el partido liberal; el partido liberal, para dar impulso, para sostener el espíritu expansivo de las leyes, y el partido conservador para conservar y para restringir, dentro de la legalidad existente, esas mismas leyes; aun cuando repito que si tuviera que desaparecer algún partido, ese habría de ser el partido conservador: porque más natural es que planteen, realicen o modifiquen las leyes aquellos que las crearon, que no aquellos que las aceptaron con resignación y casi casi a la fuerza. (El Sr. Romero Robledo: Eso le pasó a S. S.) De manera que no se canse el Sr. Romero Robledo; partido liberal tiene que haber, y lo habrá, y no tiene más remedio que haberlo.

Ahora bien; S. S. dice: "habrá partido liberal, pero yo voy a ver si modifico su organismo." Pues no lo ha de conseguir S. S.; porque, aunque lo consiguiera, el partido liberal existiría, si bien otro organismo vendría a sustituir el organismo actual; porque es muy peligroso modificar los organismos actuales, y por eso no hay que exagerar esos deseos.

Es muy peligroso modificar los organismos actuales, mientras no haya otro que en el momento y sin solución de continuidad los reemplace. Pero el Sr. Romero Robledo insiste en las mismas afirmaciones que hizo ayer, y de este modo no es posible discutir con él; porque S. S. hace una afirmación, esa afirmación es negada con más autoridad que la que S. S. tiene para hacerla, y S. S. insiste en su afirmación.

Y que las afirmaciones de. S. S. han sido negadas con más autoridad que la que S. S. ha tenido para hacerlas, creo que es evidente ; porque, al fin y al cabo, se trata de actos que no son del Sr. Romero Robledo, sino nuestros, y de los cuales, por tanto, hemos de estar nosotros mejor enterados, me parece a mi, que el Sr. Romero Robledo. Pues a pesar de esto, insiste S. S. en las mismas cosas que ayer nos dijo, y que yo llamé y continúo llamando verdaderas fantasías; y repito que no es posible discutir de esta manera.

Hoy mismo, siguiendo S. S. el sistema de ayer, haciendo suposiciones y refiriéndose a no sé qué crónicas, y con aquello de se me ha dicho, y aquello de se dice, ¿qué ha hecho S. S., más que exponerse a tantas contradicciones como afirmaciones ha formulado por parte de las personas a quienes se refería?

Yo apenas tengo que decir nada, porque ha sido S. S. contestado y rectificado en el acto.

Ya sé que S. S. dice: "en lugar de contestarme con interrupciones, que pronuncien un discurso."¿Y para qué, si vale la interrupción más que pudiera valer el discurso? Si con la interrupción está deshecho todo el argumento de S. S., ¿para qué han de tomar parte en el debate esas personas?

Además, ¿se trata de explicar la crisis? Pues nadie puede explicarla mejor que yo. (El Sr. Romero Robledo: Si, cualquier Ministro.) No; mejor que yo, no podría explicarla; porque un Ministro sabe lo que a él se refiere, pero no lo que se refiere a los demás; y yo sé lo que se refiere a ese Ministro y lo que se refiere a todos los demás; de modo que yo sé de eso más que cualquier Ministro. (Muy bien, en la mayoría.)

Que había unidad en el Ministerio, es evidente. ¿Quién lo duda? Pero dice S. S.: "Entonces, ¿cómo concuerda la unidad del Ministerio con aquellas diferencias que se han reconocido para explicar la crisis?" Pues muy sencillamente, Sr. Romero Robledo. El Ministerio marchaba perfectamente unido, hasta que se acordó la reunión de las Cortes. Entonces el Ministerio, que había marchado en tan perfecta unión, quiso examinar y resolver, no sólo las cuestiones pendientes, sino cuantas pudieran presentarse a la deliberación del Parlamento en esta parte de la legislatura, y aun en la segunda legislatura; y entonces, como dije con franqueza el otro día, conformes completamente todos los Ministros en el fondo y en el espíritu de todas las cuestiones que se iniciaron, no lo estuvieron tanto en cuanto a algunas de ellas respecto al procedimiento que debía emplearse para su resolución y al tiempo oportuno para resolverlas; y como esto, que no significa nada, que no altera en nada la unidad de un partido, ni de un Gobierno, ni de ninguna colectividad, podía ocasionar alguna vacilación en los acuerdos del Ministerio respecto a esas reformas, con relación a las cuales, no en puntos de doctrina, sino en puntos de ocasión y de procedimiento, estaban desacordes los Ministros, por eso los Ministros, deseosos de evitar esas dificultades en la marcha del Gobierno, presentaron la dimisión; pero hasta entonces hubo unidad perfecta.

¿Es que S. S. no comprende que, habiendo unidad completa en un Ministerio, puede llegar el caso de que ese Ministerio esté en crisis, y de que un Ministro tenga que salir por la causa que he indicado? (El Sr. Romero Robledo: No lo comprendo.) Lo que yo no comprendo es que en un Ministerio que vive en unidad absoluta, estén los Ministros constantemente, como suponía S. S., peleándose todos los días y marchando cada Ministro por su lado. Ante esa afirmación de S. S., decía yo: no; ha habido perfecta unidad en el Ministerio hasta el momento de la crisis: esta era mi argumentación.

Todavía entendía yo que, a pesar de esas diferencias, la unidad en el Ministerio existía; porque, de todas maneras, Sres. Diputados, en asuntos de gobierno, el procedimiento, la ocasión, la oportunidad, son momentáneas, son pasajeras, son circunstanciales. Realmente, el procedimiento y la ocasión dependen más de las circunstancias en cada momento que de la voluntad de los gobernantes; y claro está que si en aquel momento aparecíamos divididos por esas pequeñas diferencias de ocasión y de procedimiento, es posible que a los diez, a los quince, o a los veinte días, esas diferencias desaparecieran, porque lo que pudo ser antes un inconveniente para emplear un procedimiento, fuera ventajoso después; pero, aun con esas pequeñas diferencias, algunos Ministros creyeron que prestaban un servicio para la marcha desahogada del Gobierno presentando su dimisión. ¿Comprende ahora S. S. cómo el Ministerio anterior no andaba a la greña todos los días, como S. S. decía? No; marchó perfectamente unido, hasta el momento en que trató de examinar todas las cuestiones que aquí pudieran presentarse, y entonces se encontró esa pequeña diferencia.

Decía S. S.: ¿por qué se ha marchado el Sr. Gamazo? ¿No era el Sr. Gamazo la encarnación, el verbo, la representación, el programa económico del partido liberal?

Ya lo he contestado de una manera terminante [3352] mi distinguido amigo el Sr. Gamazo, y yo no tengo más que conformarme con la contestación. El señor Gamazo era el Ministro de Hacienda, encargado de realizar el programa económico del partido liberal; pero el que encarna el programa soy yo, es el Presidente del Consejo de Ministros. (Aplausos.)

Por consiguiente, ha salido el Sr. Gamazo del Ministerio con mucho sentimiento mío, con verdadero dolor; yo espero que sea por poco tiempo; pero aquí queda el programa del partido liberal; y el Ministerio actual está tan resuelto a llevarle a cabo, como resuelto estaba el Sr. Gamazo y como resuelto está también a ayudar al Gobierno en ese sentido. ¿Se le han negado al Sr. Gamazo los medios para gobernar? dice el Sr. Romero Robledo. No; como no se le negarán al Ministro que le ha sucedido; pero el Sr. Gamazo creía que no era él solo el que habla de desarrollar el programa económico del partido liberal. Ha venido otro Ministro; pues a él le daremos los medios que no le hemos negado al Sr. Gamazo. (El Sr. Romero .Robledo: ¿Va a estar poco tiempo este Ministro?) Esa no es cuenta de S . S.; eso será cuenta mía y del partido liberal . Estará el tiempo que convenga. (El Sr. Romero Robledo: Yo no lo sé; pero lo ha dicho S. S.)

Ha vuelto S. S. a insistir en la cuestión del señor Montero Ríos, y ha contado las cosas como le ha parecido conveniente . (El Sr. Romero Robledo: En el Senado se dijo así.) Pues en el Senado se dijo lo mismo que yo he dicho aquí. (El Sr. Romero Robledo: No.) Pues tiene razón S. S. En el Senado dije yo lo mismo que he dicho aquí. Cuando se nos habló del segundo plan, se creía, y el mismo Sr. Montero Ríos lo creía, que no iba a tener aumento aquella organización; pero como luego resultó que la cifra era mayor que la del primer plan, vino la dificultad, y el Sr. Montero Ríos no quiso ser obstáculo para que el presupuesto no excediera de las proporciones que se había acordado en Consejo de Ministros, y bien a pesar nuestro y del Sr. Gamazo, se marchó el señor Montero Ríos. (El Sr. Romero Robledo: ¿Se acordó y se admitió en Consejo la variación del Sr. Montero Ríos?) Si se acordó, fue en el sentido que el señor Montero Ríos nos expuso de que no variaba la cifra. (El Sr. Romero Robledo: De modo que el Sr. Montero Ríos engañó al Consejo.) No; ¿ve S. S. cómo no se puede discutir con S. S.? (El Sr. Romero Robledo: No se puede, porque a mi me gusta llamar al pan pan, y al vino vino.) Cuando se creyó que el segundo plan no había de producir más gasto que el primero, el Sr. Montero Ríos aceptó la modificación con gusto; pero cuando, al descender a los detalles de las cifras de cada una de las partidas que habían de satisfacerse, se vio que el segundo plan era más costoso que el primero, ¿qué de particular tiene que el segundo plan se rechazara? ¿Qué tiene eso de engaño? (El Sr. Romero Robledo: Perdóneme S. S. ; si le molesta la frase, la retiro; diré una ligereza.) Ni ligereza, ni engaño. (El Sr. Romero Robledo: Una de las dos cosas tiene que ser.) Ni una ni otra.

Insisto, pues, en todas mis afirmaciones de ayer, y repito lo que ayer indiqué al ocuparme de los ataques verdaderamente injustos y, además, inconvenientes que S. S. dirigió, y que ha repetido hoy a nuestras dignas autoridades de Cuba; que ni yo ni el Gobierno tenemos noticias de que se hayan cometido semejantes atropellos, y mientras el Gobierno no tenga noticias oficiales, es de mi deber negarlos, primero, porque el deber de las autoridades no es cometer atropellos, y segundo, porque conociendo el carácter de aquellas autoridades, prudentes siempre en el ejercicio de todos los cargos que han desempeñado, que no han pecado jamás por arbitrarias, no parece natural que lo sean ahora, y menos en región tan lejana y en provincias tan queridas de nosotros; protesto, por de pronto, contra los ataques que S. S. ha dirigido contra aquellas autoridades.

No paso tampoco a hacerme cargo de aquel retrato que se dignó S. SS . hacer de mi humilde persona; pero en fin, algo es algo. Gentes hay en el partido de S. S. que creen que yo no soy Presidente del Consejo de Ministros efectivo, que me dejo dominar por todos los Ministros, y hasta me llaman Presidente honorario. Pues bien; tan inexacto es aquello como lo que S. S. ha dicho de que yo no soy Presidente del Consejo de Ministros para mis compañeros, sino rey, y mis compañeros mis secretarios, y que no se hace más que lo que yo quiero y de la manera que quiero.

Tomando el término medio entre lo que S. S. ha dicho y lo que dicen los correligionarios de S. S., resulta que soy lo que debo ser, ni más ni menos que lo que debo ser. Su señoría lo sabe mejor que nadie, pues S. S. ha sido Ministro conmigo y sabe que no me impongo. (El Sr. Romero Robledo: Sabe S. S. que yo lo recuerdo.) Es que no basta recordar el hecho, si se olvidan las consecuencias que del hecho se desprenden. Pues bien; si S. S. ha sido Ministro conmigo, ¿ha sido secretario mío? Cuando yo era Presidente del Consejo de Ministros y S. S. Ministro, ¿he tendido yo nunca a eso? (El Sr. Romero Robledo: Su señoría era entonces un Presidente del Consejo de Ministros principiante.) Mejor, Sr. Romero Robledo, porque lo difícil es cuando se empieza, porque en esos puestos se desvanece la cabeza, y cree uno que es más de lo que es en la realidad; pero cuando ya se ha ocupado este puesto tantas veces, ¿cómo ha de hacerse eso que S. S. dice? Lo que he procurado es ser Presidente del Consejo de Ministros, ocupar mi puesto y que cada uno de los Ministros ocupe el que le corresponda. Todo lo que se refiere a mi persona me importa poco; entre lo que S. S. diga, que podrá serme más o menos agradable, no porque sea más o menos exacto, sino porque lo dice S. S., y lo que diga el país, me conformo con esto último, y en este punto no quiero rectificar más ni contestar más a S. S.

Vamos a la cuestión de Melilla. No he dicho que no se deba discutir aquí; lo que he dicho es que será fácil combatir al Gobierno en ese importante asunto, porque el Gobierno, por consideraciones de que no puede prescindir, se verá en la necesidad de abandonar tal vez sus mejores armas de defensa; pero eso no es decir que los Diputados no puedan discutir lo que tengan por conveniente; es llamar la atención sobre la dificultad que para discutir ciertos puntos ha de tener el Gobierno; porque voy a hacer una observación al Sr. Romero Robledo, mi querido amigo particular, no político; porque aun cuando aquí somos todos unos, yo creo que no soy uno con S. S., sino dos: S. S. y yo.

Este asunto, en su origen, en su desenvolvimiento, ha sido discutido, tratado y resuelto por el Sultán de Marruecos y el embajador de España dando lugar a [3353] negociaciones muy difíciles, muy escabrosas, y en las que nuestro embajador ha demostrado grandísimas cualidades. Pues bien; ¿parece, bien al Sr. Romero Robledo que el Gobierno, no se trata de los Diputados, que el Gobierno discuta y trate y resuelva lo que el Sultán contra las pretensiones de España, y nuestro embajador en defensa de España, discutieron y aprobaron, dando por resultado un tratado en que quedan a salvo todos nuestros derechos, en que se salva el decoro de nuestras armas y en que me parece que ha quedado muy a salvo la dignidad de la Nación? Pues esto ha de tener graves dificultades para la discusión, al menos por parte del Gobierno; porque ¿qué puede resultar, que España ha tenido razón? Pues no adelantamos nada con discutirlo, porque se la ha dado ya el Sultán. ¿Que no la ha tenido? Se la daríamos al Sultán, y entonces el tratado sería una injusticia contra el Sultán. ¿No detienen esas dificultades a los Sres. Diputados? Pues allá ellos, bajo su responsabilidad moral, harán lo que les parezca; ¿quién pone puertas al campo? El Gobierno debe llamar la atención sobre eso; yo la llamé ayer; después, cada cual hará lo que tenga por conveniente.

Si no estimarais esta consideración, sobre todo respecto a los primeros elementos de la cuestión de Melilla, el patriotismo, añado, aconseja callar, porque de ciertas cosas cuanto menos se hable, mejor: al buen entendedor, pocas palabras le bastan. Creo que todos los Sres. Diputados están muy bien informados de lo que ha pasado en Melilla ; cada cual hará lo que tenga por conveniente ; yo no hago tampoco más que llamar la atención de los Sres. Diputados hacia el peligro que pueda haber en ese debate.

Por lo demás, ¿a qué mandó el Gobierno al general Martínez Campos a Melilla? Pues le mandó a combatir, le mandó a vencer a los riffeños, sin perjuicio de que la acción diplomática siguiera su Camino; pero ¿qué hicieron los riffeños? ¿presentaron la batalla? ¿la quisieron aceptar? No se encontró un riffeño por un ojo de la cara (Risas), desde que el general Martínez Campos fue allí. Dos o tres veces se intentó el ataque, sin que los riffeños le aceptaran. Los ejércitos no triunfan sólo con el valor y matando enemigos; triunfan también imponiéndose por su organización, por su disciplina y por su valer, y el ejército español se impuso a los riffeños hasta el punto de que los riffeños huían a la vista de nuestras tropas. (El Sr. Romero Robledo: ¿No teme S.S. que esas observaciones contradigan aquello de que no se puede discutir lo que ha tratado el Sultán con el embajador?) Eso no lo contradice, porque yo no hago más que referir hechos que no tienen nada que ver con esa discusión; lo que digo, contestando a una pregunta de S. S., es que el general Martínez Campos fue a combatir, pero que no encontró enemigos con quienes combatir, porque se impuso a esos mismos enemigos. Pues ese es el triunfo mayor que puede conseguir un ejército, y sobre todo, el más beneficioso para el país.

Lo demás que S. S. ha dicho de Melilla, como lo de que allí se ha considerado poco, se ha tenido poco en cuenta el honor de nuestras armas, eso, francamente, es bueno para los que en estas cuestiones, como en otras muchas, especulan con lo más sagrado que tiene el hombre, que es el sentimiento del patriotismo; pero no para S. ¿A dónde iríamos a parar si el ejército español necesitara matar unos cuantos riffeños para acreditar su valor y su heroísmo? ¿A dónde iríamos a parar si nuestras armas necesitaran ir a buscar riffeños y matar unos cuantos, para acreditar de este modo lo que han sido toda la vida y la brillante historia que tienen en nuestras guerras civiles y en las guerras con otras Naciones? No necesitaba el ejército español semejante cosa para que su historia sea una de las más brillantes que puede tener el ejército de mayor heroísmo en la Nación más guerrera. El mismo general Martínez Campos, y en eso está su mérito principal, porque es el que le ha costado mayores sacrificios, el mismo general Martínez Campos lo ha comprendido así. ¿Qué más podía desear el general de un ejército que imponerse sólo con su presencia al enemigo que tenía delante? Y después, ¿qué ha hecho el general Martínez Campos? El general Martínez Campos ha vuelto la espalda a la guerra, lo cual, dadas sus aficiones y su historia, y la ambición de conquistar laureles para el ejército, era el mayor sacrificio que podía hacer, para no acordarse más que del bien de sus conciudadanos; sacrificio inmenso que debe reconocer el Sr. Romero Robledo, y que deben reconocer, para guardarlo en su corazón, todos los españoles. (Muy bien.)

También nos ha hablado S. S. de Navarra. Pues de Navarra no tengo que decir más que lo que dije ayer. ¿En qué encuentra S. S. la diferencia entre el Sr. Gamazo y los Ministros actuales? ¡Si no hay diferencia ninguna, en absoluto! Los unos y los otros hemos creído, como creyeron las Cortes, que debía concertarse un convenio con la provincia de Navarra para aumentar un poco la tributación que paga por la ley de 1841, en relación y en proporción a las mayores atenciones que el Estado tiene también en la misma provincia de Navarra, prescindiendo de las atenciones generales del Estado. El Ministro de Hacienda, usando de la autorización que le concedieron las Cortes, llamó a la Diputación provincial de Navarra para establecer ese concierto, y la Diputación provincial no quiso tratar, no quiso llegar al concierto con el Gobierno, alegando para ello que no tenía facultades ni poderes.

Pues bien; así las cosas, claro está que estos Ministros, como los anteriores, el Sr. Gamazo como el Sr. Puigcerver, todos creemos que la provincia de Navarra no puede seguir así; porque al negarse a establecer un concierto con el Gobierno para aumentar su tributación, como las Cortes deseaban, considerando que no pagaba ni paga lo que debe pagar; al negarse, digo, a establecer un concierto con el Gobierno, ¿qué va a hacer éste? ¿se va a cruzar de brazos? Eso sería, como dije ayer, poner a los Poderes públicos a los pies de la provincia de Navarra; eso sería un mal ejemplo para las demás provincias, y en este sentido todos hemos opinado lo mismo.

Lo que hay es, que creían algunos Ministros que una vez que se había negado la provincia de Navarra a tratar con el Gobierno por falta de poderes, y dada la dificultad de que se trataba de variar una ley que se dice concertada entre dos partes no teniendo una de ellas facultad para realizar el concierto (El Sr. Sanz: Pido la palabra), debía procederse inmediatamente a la reforma de esa ley; y otros Ministros estimaban que debla esperarse a dar cuenta a las Cortes del uso que se había hecho de la autorización, y de su ningún resultado, para que el [3354] Gobierno y las Cortes resolvieran el asunto como lo tuvieran por conveniente. ¿Dónde están aquí esas grandes diferencias? Lo serian para que el Sr. Gamazo dijera: "si eso no se hace inmediatamente, me voy"; pero para nada más.

Ha vuelto S. S. a hablar de las reformas en Ultramar, calificándolas como lo ha tenido por conveniente, así como los actos de su autor; pero permítame S. S. que le diga que ni en una ni en otra cosa ha estado S. S. prudente, porque no se apaciguan los ánimos de los españoles que viviendo en Cuba y en Puerto Rico tienen por símbolo común el sagrado símbolo de la Patria, no se apaciguan los ánimos, en bien de aquellas provincias y en bien de España, fustigando como lo ha hecho S. S. a aquellos habitantes.

Yo dije ayer, y repito hoy, puesto que S. S. ha hecho hoy el mismo argumento que ayer, que este Ministerio aceptaba las reformas de Ultramar presentadas por el Ministerio anterior; pero que ni el Ministerio anterior pudo presentarlas, ni éste las podría mantener con un criterio tan absolutamente cerrado, que no admita, después de una tranquila y razonada discusión, aquellas transacciones que no destruyan el espíritu y esencia que con esas reformas se persigue, contribuyendo así a establecer una completa armonía entre los españoles de aquellas provincias; y añadí que, lo mismo este Ministerio que el anterior, no se hubieran opuesto, en una discusión razonada, y tranquila, en la cual es necesario que desaparezca, para que dé buenos frutos, todo egoísmo local y todo amor propio personal (y yo no he visto desaparecer eso en las palabras que el Sr. Romero Robledo ha pronunciado en este punto) ; no se hubieran opuesto, repito, a nada que fuera justo y conveniente, y sobre todo, a nada de lo que pueda contribuir a esa armonía tan necesaria entre los elementos que tenemos allí, principales defensores de la unidad de la Patria, a la cual todos tenemos que rendir culto, y por la cual y por cuyos defensores debemos siempre tener la consideración debida . (Muy bien, en la mayoría.)



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